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Relato -El restaurador de muebles-

  • Foto del escritor: María Guadalupe Ortega
    María Guadalupe Ortega
  • 12 ago
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 18 ago

Hubo alguna vez, en algún tiempo, en algún lugar, un restaurador de muebles que valía por tres y avanzaba en su caminar. Con experiencia única en restauración, de muebles ya sin exhibición, o al menos, eso decía su tarjeta de presentación y alguna que otra propaganda que disponía para su labor. Este era un restaurador distinto, no aceptaba trabajos, sin antes haberlos visto. Viajaba con su mesa y sus herramientas de reparación, que superando cualquier historia de ficción.  


Deambulaba a veces por las solitarias calles de aquellos días de reveces; buscando algún mueble viejo que a lo lejos distinguiese, con necesidad de reparación, más allá de su aflicción.

El restaurador era impecable en su labor y en su lenguaje; hablaba con los muebles, antes de iniciar cualquier reparación y esto lo hacía por recreación y también por pasión; ya que era importante conocer, un poco de la historia y el origen del ayer. Aflicción o ficción, cualquiera de las dos valdrían la pena, para éste buen y distinguido restaurador.


Muchos muebles se acercaban, de todo tipo como en cualquier encrucijada, pero eran los más rebeldes los que el restaurador buscaba. Entre chunches, dimes y diretes, el restaurador parecía exigente hasta incluso diríamos, un poco ambivalente; pero después de un rato, independientemente del mueble, su historia y su contrato, el restaurador calibraba, toda ruptura o incisión existente, desde el interior de su cliente.


Con audacia y también por su perspicacia, en detectar los daños, con mucha astucia y mucha gracia. Gracia de la buena, de una que realmente libera, pero eso era parte de su enfoque en el detalle, por eso deambulaba entre sombras y valles, buscando con decoro, aquellos muebles de antaño, esos que se desechan por viejos o los nuevos por el mínimo daño; pero el restaurador, como todo un experto, observaba el potencial en cada uno de los vestigios, de lo que fue alguna vez, un mueble bello, ahora convertido en plebeyo, contando su historia del ayer, titubeando alguna que otra vez.  


Con holgura, mientras reparaba cada fisura, el restaurador escuchaba con fervor, el ingenio, detrás de cada historia de dolor, pero también intuía en su labor, un propósito mayor en cada pieza, que valdría la pena, con total certeza, de invertir en su reparación.


Su mayor virtud, observar el deterioro superficial y la composición en cada material. Cada mueble era distinto y esto lo hacía especial, buscaba de todas las formas, usos y funciones,  para profundizar en medio de sus tantas aflicciones y una vez que ubicaba con certeza, la razón de la entereza de aquel mueble, o bien, la especialidad en cada pieza; a pesar de los daños, las rupturas, tragedias y hasta desengaños, elegía aquellas más complicadas de reparación, astilladas y mal diseñadas, con mucha intuición, buscando el potencial de perfección, en cada una, con total disposición.  


Al cabo de unos días, luego de reparar las piezas que más urgían, algo nuevo sucedía. La pieza cobraba vida y el mueble otra vez reverdecía. Como en un acto de magia, volvía a la vida, aquel triste mueble, que ya nadie quería. Esa era su especialidad y a la vez, su mayor agilidad, ya que se debatía, entre aquello que observaba y a la vez intuía y como todo un experto, analizaba con detalle cada pieza por su composición original, más allá de lo observable, pero con plena certeza, explorando más allá de lo superficial, buscando lo sublime, más allá del material.  


Y buscando entre las profundas grietas que alertaban del daño, ocasionado por el paso de los años, contando el recuento de los daños; cada artículo era especial, a los ojos del restaurador de muebles, lo cual lo hacía un personaje muy singular y sin importar de qué material estaba hecho, el buscaba lo original.


Para esta misión, el restaurador usaba la misma fórmula del diseño inicial, sin alterar la esencia del material hasta alcanzar la perfección, del diseño original. Una perfección sobria, que embellecía con demasía, cada mueble que tocaba, el restaurador siempre lo perfeccionaba. Este era el sello especial, que impregnaba en cada diseño, sin importar el origen ni tampoco el material.  


Una perfección diferente a la que a simple vista percibe la gente, para el restaurador, cada pieza, valía por sí sola toda la riqueza del oriente y del occidente que la mayoría ansía fervientemente, ya que, para él, su comprensión era muy diferente. Se daba por pagado, en cada mueble arreglado, la gratificación que encontraba en cada restauración, alegraba su corazón y le llenaba de satisfacción. Una vez que terminaba, la gente alrededor se admiraba, de aquel diseño, único y perfecto, que sólo aquel experto en restauración de muebles lograba, y con habilidad mostraba.


Algo distinto en su trabajo había, que lo hacía acreedor de mucho agasajo, aunque él no lo quería; por eso rápidamente, una vez que concluía, se disponía a buscar otros muebles viejos y desdeñados y así avanzar en su trabajo de restaurador, en búsqueda del potencial que encontraba en su caminar. Era lo que hacía, buscaba muebles rotos y viejos, en todas las calles y avenidas. Todos contaban historias, que, sin hablarlas, él las leía. Era así como elegía, al mueble que más detalle de reparación requería. La dificultad, era parte de su habilidad, pero la intuición, su gran Don, al que recurría, cada vez que quería.


Y fue así como el restaurador, recorría las calles y avenidas, escuchando las historias, de los muebles más antiguos, seleccionando con visión y muchas veces con admiración; aquellos que nadie quería pero que él repararía.


Intuición y observación, escucha activa y presencia, era a lo que recurría, para reparar cada mueble y así recuperar, su estado original con un propósito único y especial, que iban más allá de su composición, color y material.


Su maestría era observar el potencial, en cada uno de los muebles sin dudar. Y después de un tiempo de arduo trabajo, con mucha ilusión, el mueble recobraba una nueva vida, para un propósito mayor, mientras que el restaurador como todos ya sabían, recogía sus herramientas y se marchaba con la misión de buscar otros muebles, en la misma condición, pero con una gran ilusión de dar vida nueva, donde para otros ya no la había. Todos merecen una segunda oportunidad, reflexionaba él en su caminar y era así, como el restaurador y cada mueble, conseguían avanzar.   

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